
Me gusta esa casa con sus anaqueles y maderas
los estantes llenos de libros, los libros y las plantas.
Me gusta esa casa pero más quien la habita
con sus ojos y horizontes, aunque sea larga
su distancia de saudades
en lo profundo de sus ojos y mirada.
Porque son largos sus dedos de ternuras,
intensas las líneas de sus manos
me callo ante cada uno de sus silencios
pero revivo en cada palabra
que ella pronuncia, escribe o deletrea con paciencia de artesano.
Cuando ella está en silencio,
me contengo ante sus manos que abarcan imposibles
dejo sueltos sus dedos finos que trazan arabescos orientales
pero me abandono ante su boca que deletrea siluetas de ternuras.
Hoy, de repente, mientras pensaba en ella, corre el viento.
Cálido, impertinente, asfixiante, ese viento que sopla prepotente
azotando los árboles o perturba voluntades en alturas insondables.
Hoy, ella rompe el silencio, casualmente sin casualidad ,
quizás sabiendo, quizás porque ella es poeta sin saberlo
desata el piolín de mi alegría y me lleva con él de la mano
como un volantín infantil, a volar las tardecitas de octubre.
Entonces ya no pesa este calor de verano
esta sequedad de desierto con que el zonda
nos abandona de humedad y voluntades
y hace que las náyades busquen su refugio
en lo profundo de las aguas de lagunas
de la antigua huan aca che
Entonces recuerdo, yo la conocí antes
que su manos olvidaran llankanelo
recuerdo estar cerca de su casa
ser abrazado por su boca y sus palabras
sus manos y ternuras, y la memoria
me trae los festejos de las náyades
su alegría de octubre y humedales.
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