sábado, 11 de diciembre de 2010

variaciones en tango

Yo no sabía bailar tango, pero supe del Último en París, de las más hermosas tetas desnudas de María Schneider, y de su deseo, actuado a la perfección. Actriz.
Él, Brando, acabado, cogiendo por desgano, pero imponiendo condiciones al deseo de la espontaneidad.Era el '75.Yo esperaba el colectivo que me llevaría a la Universidad, y miraba extasiado el afiche de él y de ella, desnudos, en sepia, en una bañera circular
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGF8THxM90JElCZKy5ekBlqaZrIqN_UVlHoD3kIcGIv7Ka_gdnbt3BKJ2Ab8-BG_1_VZvLg9e5xOvi894vsUbtkWvwGnEPE2cCS3qysrPnxRLTgmOz2DS71Od2pOYIPvcRBFAY8J2uiE0/s1600/schneiderimages.jpg
Carmen no me impuso condiciones. No, de ninguna manera. Ella había emigrado sus veinticinco años a España, cuando la última debacle fundió a sus padres de clase media, y la opción de pasaporte europeo fue la salvación, al menos para ella, la posibilidad de revalidar títulos e iniciar una nueva vida "en la vieja Europa" donde, como aquella de Sabina,  los días de San Sebastián instalaba un puesto de chocolates en el Rastro de Madrid, y, nostalgia de su Boulogne, el de Argentina, ponía música de Piazzola para atemperar el frío de su corazón herido.


¿Sabés?- me dijo-la cantidad de años que no bailo un tango?.Estábamos en el aeropuerto de El Plumerillo, esperando que la banda circular nos devolviera el equipaje. El mío estaba en el auto, el mismo Falcon achacado de cuando la fuí a despedir. El de ella, era solamente aquella valija de cuero repujado, ahora con varios sellos de aduanas y los colores del tiempo en logos de Barcelona, Barajas, Canarias, restaurantes y fajinas, una de bar tender, otra de la barra del La Taberna del Chueco en el barrio homónimo.Hay que hacer de todo, dijo mientras cargábamos  la suma de cajas de recuerdos de 5 euros, pocas cosas, la nostalgia del inmigrante, el mate, la yerbera, el portatermo también de cuero, estuve apunto de venderla, dijo y miró hacia la costanera ocultando la cara con lágrimas de mi mirada que no preguntaba ni acusaba, sólo recordaba a Piazzola.





El zonda estremece la ventana, aquieta el aire, irrespira la piel
toma mi mano, llevame el compás, su acento andaluz, su pierna desnuda apretándome contra ella, mi mano atenazando de terciopelos su cintura que apenas ha cambiado después de los hijos, uno en barcelona, otro en madrid, la última en canarias
Tal vez un cigarrillo?después, un antes, una espalda, su espalda, el sudor, sus uñas, suave el camino de los álamos y las fincas, un suspiro,  el jadeo, la sed, el apuro, el temblor, los brazos que se atan, los nudos, los sexos que se penetran, el arco de mi espalda curvada hacia el horizonte,  la agonía de sus pezones encendidos... sus lágrimas...el llanto en cascadas, su mano sobre el lugar donde tenía el pelo atado sobre la nuca y mis porpios veinticino años, su cigarrillo negro encendido, su mirada de nostalgias y memorias, mis dedos de uvas y torrontés.
Nunca te dije te quiero, nunca dijiste que no me amabas, sentados desnudos sobre la cama, nos volvemos apenetrar, con furia, prolongando el abrazo de los hippies y de woodstok, se lamenta el bandoneón, el contrabajo apenas un ritmo cardíaco, nos volvemos a amar con orgasmos de violines y de Tao
acá está empezando el verano, como la otra vez, y el mismo zonda